MÉRIDA DE ANTAÑO

ASÍ ERAN NUESTRAS NAVIDADES
Tulio Febres Cordero
Diciembre era festejado con inusitado entusiasmo. Los bailes, paseos y, sobre todo, las continuas apuestas de aguinaldos mantenían a las familias en constante y jubilosa actividad...
Terminado el bambuco, sirvieron el apetitoso obsequio: escudillas llenas de ponche-crema, con ricos trozos de bizcochuelo, amén de aromáticas tazas de café tinto, y peligrosos vasitos de mistela, que se servían a voluntad, antes y después del sabroso ambigú. Además de esto, oíanse por los lados de la cocina, el excitante y solemne ronquido de una gran olla de hayacas, en continuo hervor, plato de reserva para la media noche, en que se servía con excelente encurtido del país y pan blanco en abundancia, acompañado todo con sorbos de vino Málaga; y, como obligado remate, café tino en dosis escandalosas.
No hay pueblo que no se distinga por alguna especialidad. Carácter, tipo, dialecto y costumbres suelen ser comunes a muchas poblaciones en un mismo país; pero hay para cada ciudad, para cada villa y hasta para cada aldea un rasgo fisonómico especial, que la distingue de sus propios vecinos comarcanos, sobre todo en costumbre; y este fenómeno, harto común, viene felizmente a romper la rigurosa semejanza etnográfica, fastidiosa y monótona en el campo de la estética social. En la variedad está el gusto. La conmemoración popular del misterio del Nacimiento de Jesús, aunque universal en el seno del cristianismo, es variada en sus manifestaciones locales.
La devoción de representar el pasaje bíblico con imágenes de bulto en los hogares, reviste en Mérida el carácter de una afición dominante, de que no pueden sustraerse las familias, afición por extremo simpática, muy piadosa en el fondo, a la vez que creadora de artes e industrias especiales, viniendo a ser, por excelencia, la recreación de mayores atractivos desde los días de aguinaldos hasta mediados de enero, prolongándose en los campos hasta el día de la Candelaria.
El pesebre, nombre regional del Nacimiento, es una exposición permanente en miniatura, que se coloca en la sala u otra pieza principal de la casa, cualesquiera que sean sus proporciones, sin que falte nunca en cada uno la peña o gruta, armada en distintas tomas con yescas y lienzo engrudado, donde van colocados los santos, esto es, el Niño, la Virgen y San José. En contorno se les adorna con ángeles, pastores, ovejas, flores, casitas, animales domésticos y mil otras bujerías e ingeniosos artefactos, todo en paisaje y saturado con la fragancia especial del incinillo, el laurel, las albricias y otras plantas aromáticas. En las madrugadas de los nueve días que preceden a la Navidad, las alegres misas de aguinaldo, obligan a dejar la cama para salir a la calle. El jubiloso clamoreo de las campanas, las guitarras, tamboriles y cencerros de los chicos, que resuenan por aquí y por allá, y las aéreas detonaciones de pólvora en las parroquias, producen al despertar cierta fruición de paz y alegría interior, que ninguna otra temporada de fiestas provoca de manera tan dulce e inefable. Es la primavera del espíritu cristiano.
 (De su novela MEMORIAS DE UN MUCHACHO, publicada en  1924 )